Critica Teatral

Entrepiso

Recorrido interrumpido

Espectáculo con dramaturgia de Micaela Fariña, Paula Liuzzo y Pilar Murano; dirigido por Micaela Fariña.



Un espacio pequeño, en perspectiva.
Dos que se encuentran. Que tenían que encontrarse.
Tres, es el número de piso en que el ascensor no va más.
Una ruleta de eventos y un final inesperado. En un ascensor, en un entrepiso. En un edificio.
La obra juega con la proyección de los espacios no visibles. Los personajes relatan, en su encierro, las historias de esos espacios, y también las suyas propias, bajo la forma de una cordialidad impostada desde el comienzo. La velocidad con que se constituye el vínculo y se definen y delimitan los caracteres de cada una de las dos mujeres, propone una agilidad dramática que tal vez, por momentos, se convierta en linealidad.
Si bien se montan dos secuencias de fotos con el recurso del apagón y una música que aporta ritmo y sugiere suspenso (y allí parece que el espectáculo levantará vuelo en la exploración de los cuerpos en ese espacio pequeño y cerrado, en esa ausencia de palabras en que lo chiquito se vuelve enorme), la apuesta se hace en torno a lo discursivo. Las mujeres hablan, se dicen.
El juego se plantea en este plano, y sólo por momentos se retoma, como pequeña ráfaga, el problema de los cuerpos en el amontonamiento. Y en el silencio. Entonces, la particularidad del espacio -ese hermetismo incómodo- va quedando instalada en la idea, en el planteo dramatúrgico de base, y no tanto en la puesta en escena.
La acción plantea, entonces, un recorrido interrumpido -como el del objeto-, ya que los cuerpos se detienen, para dar lugar a la palabra en forma de relato. Cuando aparece el silencio, los cuerpos juegan; nerviosos o sensibles, fugando hacia donde no se puede o reconcentrándose, haciendo presentes las líneas que recortan su espacio de juego y las que los recortan, a la vez, dentro de ése espacio.
En los momentos en los que los cuerpos juegan, el espacio recupera su forma, su particularidad; la percepción se agudiza, el episodio crece, los personajes trepidan libremente entre la comedia y la tragedia, y las emociones fluyen en distintas e impredecibles direcciones.
En cambio, cuando gana el relato, sin quitarle mérito como recurso en sí, lo cierto es que, en este caso, se produce una especie de achatamiento, porque el cuerpo se abandona, queda relegado a lo que se dice, y la noción del encierro vuelve a aparecer sólo en el desenlace.

Sol Lebenfisz


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